lunes, 30 de julio de 2012

Murió el destacado escritor Héctor Tizón
¨Redacción


El reconocido escritor jujeño Héctor Tizón murió esta mañana, a los 82 años, en su prorvincia natal. Su obra, que abarca más de 20 novelas, siempre centrada en las historias y los mitos de su provincia, fue traducida al francés, inglés, ruso, polaco y alemán. Cuento dentro de la nota.

"Aquí la tierra es dura y estéril; el cielo está más cerca que en ninguna otra parte y es azul y vacío. No llueve, pero cuando el cielo ruge su voz es aterradora, implacable, colérica. Sobre esta tierra, en donde es penoso respirar, la gente depende de muchos dioses", describió alguna vez Tizón al pequeño pueblo jujeño de Yala, donde nació el 21 de octubre de 1929 y donde vivió sus días finales. 

Autor de obras como "Fuego en Casabindo", "La casa y el viento",  "Luz de las crueles provincias" y "Extraño y pálido fulgor", el escritor se desempeñó paralelamente como abogado, periodista y diplomático, distintas labores que no opacaron su voracidad literaria.

Tizón publicó sus primeros cuentos en el periódico El Intransigente y llegó a dirigir el diario Proclama antes de emprender su exilio a España durante la última dictadura militar iniciada en 1976.

"El exilio fue absolutamente insoportable para mí, de las tristezas más intensas que sufrí en mi vida. Cuando uno se queda sin país y sin la promesa de una tierra prometida se siente a la interperie. La literatura, en ese sentido, me otorgó un equivalente del país que por momentos creí perder", señaló el escritor alguna vez.

Su primer libro, "A un costado de los rieles", fue publicado en México en 1960. Desde entonces se convirtió en referente de una tradición latinoamericana cuyo punto de partida acaso sea la novela "Pedro Páramo", del mexicano Juan Rulfo, aunque su obra también está inspirada en gran parte por la tradición oral del pueblo que lo vio nacer.

Entre sus obras más emblemáticas se cuentan "La casa y el viento" -concluido en España en 1982 y publicado en Argentina en 1984)-, "El hombre que llegó a un pueblo" (1988), "La mujer de Strasser (1997), "La belleza del mundo" (2004) y el libro de memorias "El resplandor de la hoguera", editado en 2008.
A mediados de la década de 1990 la legislatura jujeña lo designó Juez de Superior Tribunal de Justicia y en 1994 representó como convencional a su provincia en la Convención Nacional que, convocada en Santa Fe, sancionó la reforma constitucional de 1994.

Tizón viajó largamente por el mundo: como diplomático de 1958 a 1962 y como exiliado de 1976 a 1982, aunque  "su lugar en el mundo", al que volvía una y otra vez, es Yala.

Casado con la filóloga Flora Guzmán, recibió numerosos galardones, entre ellos varios premios Konex y la distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia.
La narrativa de Tizón está atravesada en sus diversos registros por el tema del exilio y aborda tanto el desgarramiento por la partida del país como el desarraigo de los inmigrantes, temáticas de corte realista que eclipsan su empeño en relativizar el status de lo real.

"En ningún campo de la vida existe la verdad, sólo puntos de vista. ¿Cuál es la verdad del amor, la verdad del odio? En todo caso se trata de una verdad muy subjetiva. No se puede ser fiel a la realidad: uno tiene que ser lejanamente infiel... Como en las parejas, cuando uno es más lejanamente infiel, más perdura el vínculo", aseguró alguna vez Tizón en entrevista con Télam.

En ese mismo reportaje, el escritor se refirió también a sus estrategias para conciliar la tensión entre el rigor del mundo judicial y la estructura caótica de la literatura: "Al principio me costó mucho, pero con el tiempo, descubrí que la operación que hace un juez en su sentencia es muy parecida a la del escritor, ya que una buena sentencia debe reunir los mismos requisitos que la buena literatura, que no puede estar regida por palabras incorrectas".

"Las dos disciplinas buscan la palabra justa, aunque el novelista tiene la ventaja de utilizar figuras que un juez no puededarse el lujo de utilizar", acotó en aquel momento.

Un puñado de historias que tiene al desierto del norte como protagonista compone su último libro publicado, "Memorial de la puna", integrado por un  prólogo, seis historias y un epílogo en la que una vez más el escritor describe la geografía que lo acompañó hasta su muerte: "La Puna no es sólo un desierto lunar cálido y frío, es una experiencia", describe en esa suerte de testamento literario.

Los restos mortales de Tizón comenzarán a ser velados en las primeras horas de la tarde en la Legislatura provincial y serán inhumados este martes en el cementerio de la localidad de Yala, a 14 kilómetros al norte de San Salvador de Jujuy, camino a la Quebrada de Humahuaca. 

Cuento: "El traidor venerado" 

Aquella sería la última comida juntos.

El que era indigno de ajustarle el cordón de los zapatos estaba ebrio. Toda esa noche la pequeña campana de la estación ferroviaria sonó incesantemente, a lo lejos, sacudida por el viento. Llovía a ratos.

El Chaguanco abrió una lata de picadillo, lo fue untando con su cortaplumas sobre el pan que les quedaba y luego repartió los pedazos. “Yo no tengo hambre” —dijo. Quispe, un hombre inquieto y de poca talla que ya estaba borracho, tomó el primero y se lo tragó con buen apetito; después permaneció mudo y apartadizo, contemplando el débil movimiento de las ramas delgadas —agitadas por el aire— del ceibal.

La fama del Chaguanco había cundido no sólo en Yala, sino también en las comarcas vecinas desde donde la gente acudió hasta formar multitudes albergadas en carpas y vehículos, o debajo de las copas de los árboles alrededor del miserable rancho, a cuya puerta se asomaba, abandonando sus meditaciones, en los amaneceres. Entonces los que habían perdido la salud, los que aún esperaban algo, caían de rodillas ante su mano levantada.

Pero al poco tiempo comenzó la persecución, elu­dida hasta hoy en que se cumplía un año de peregrinaje; un año de penoso ocultamiento, mudando siempre de lu­gar, durmiendo a la intemperie o bajo las alcantarillas en los caminos, desde Tilquiza hasta Valle Grande, de Tumbaya a Susques, seguido por algunos fieles desesperados, enfermos, opas y ladrones arrepentidos.

Cuando un alegórico ladrar de perros anunció a los perseguidores, el Chaguanco concluía también su sentencia postrera, y el hombrecito enjuto y nervioso a quien iba dirigida, exclamó, más bien para sí: “Esa palabra es dura. ¿Quién la puede oír?”.
Ahora los agentes del destacamento estaban cerca. Era la noche de San Roque y una botella de ginebra ya­cía, seca, en el suelo.

El ladrar se convirtió en aullido mientras el viento, a lo lejos, seguía torturando a la campana.
Cuando Quispe desapareció, entendiendo el Cha­guanco que había llegado el fin y que en seguida lo con­ducirían a la ciudad, a la cabeza de una multitud de cu­riosos —como un político—, preguntó a los que quedaban si también ellos querían irse; después se apartó a corta distancia, pero sin ocultarse.

La campana y los perros dejaron de hacerse oír y la partida cayó sobre él. No opuso resistencia ninguna y —esposado— llegó sobre un camión maderero a la ciu­dad. Allí debió esperar turno porque el Tribunal estaba distraído con otros delincuentes, pero, el día señalado, fue sometido a proceso y juzgado.

Pocas personas acudieron al plenario y entre ellas Quispe, principal testigo de cargo, que, antes de escuchar la sentencia, se ahorcó colgándose de una viga en el re­trete del Palacio de Justicia.

Finalmente el Tribunal, al no hallar mérito sufi­ciente para sostener una condena, lo absolvió.
Y cuando el Chaguanco —deshonrado y solita­rio—, después de mucho tiempo regresó a Yala, encontró que muy pocos se acordaban de él y que la gente ya en­cendía velas pagando promesas en la tumba del otro.

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