Murió el destacado escritor Héctor Tizón¨Redacción
El reconocido escritor jujeño Héctor
Tizón murió esta mañana, a los 82 años, en su prorvincia
natal. Su obra, que abarca más de 20 novelas, siempre
centrada en las historias y los mitos de su provincia, fue traducida
al francés, inglés, ruso, polaco y alemán. Cuento dentro de la
nota.
"Aquí la tierra es dura y
estéril; el cielo está más cerca que en ninguna otra parte y es
azul y vacío. No llueve, pero cuando el cielo ruge su voz es
aterradora, implacable, colérica. Sobre esta tierra, en donde es
penoso respirar, la gente depende de muchos dioses", describió
alguna vez Tizón al pequeño pueblo jujeño de Yala, donde nació el
21 de octubre de 1929 y donde vivió sus días finales.
Autor de obras como "Fuego en
Casabindo", "La casa y el viento", "Luz de
las crueles provincias" y "Extraño y pálido fulgor",
el escritor se desempeñó paralelamente como abogado, periodista y
diplomático, distintas labores que no opacaron su voracidad
literaria.
Tizón publicó sus primeros cuentos en
el periódico El Intransigente y llegó a dirigir el diario Proclama
antes de emprender su exilio a España durante la última dictadura
militar iniciada en 1976.
"El exilio fue absolutamente
insoportable para mí, de las tristezas más intensas que sufrí en
mi vida. Cuando uno se queda sin país y sin la promesa de una tierra
prometida se siente a la interperie. La literatura, en ese sentido,
me otorgó un equivalente del país que por momentos creí perder",
señaló el escritor alguna vez.
Su primer libro, "A un costado de
los rieles", fue publicado en México en 1960. Desde entonces se
convirtió en referente de una tradición latinoamericana cuyo punto
de partida acaso sea la novela "Pedro Páramo", del
mexicano Juan Rulfo, aunque su obra también está inspirada en gran
parte por la tradición oral del pueblo que lo vio nacer.
Entre sus obras más emblemáticas se
cuentan "La casa y el viento" -concluido en España en 1982
y publicado en Argentina en 1984)-, "El hombre que llegó a un
pueblo" (1988), "La mujer de Strasser (1997), "La
belleza del mundo" (2004) y el libro de memorias "El
resplandor de la hoguera", editado en 2008.
A mediados de la década de 1990 la
legislatura jujeña lo designó Juez de Superior Tribunal de Justicia
y en 1994 representó como convencional a su provincia en la
Convención Nacional que, convocada en Santa Fe, sancionó la reforma
constitucional de 1994.
Tizón viajó largamente por el mundo:
como diplomático de 1958 a 1962 y como exiliado de 1976 a 1982,
aunque "su lugar en el mundo", al que volvía una y
otra vez, es Yala.
Casado con la filóloga Flora Guzmán,
recibió numerosos galardones, entre ellos varios premios Konex y la
distinción de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de
Francia.
La narrativa de Tizón está atravesada
en sus diversos registros por el tema del exilio y aborda tanto el
desgarramiento por la partida del país como el desarraigo de los
inmigrantes, temáticas de corte realista que eclipsan su empeño en
relativizar el status de lo real.
"En ningún campo de la vida
existe la verdad, sólo puntos de vista. ¿Cuál es la verdad del
amor, la verdad del odio? En todo caso se trata de una verdad muy
subjetiva. No se puede ser fiel a la realidad: uno tiene que ser
lejanamente infiel... Como en las parejas, cuando uno es más
lejanamente infiel, más perdura el vínculo", aseguró alguna
vez Tizón en entrevista con Télam.
En ese mismo reportaje, el escritor se
refirió también a sus estrategias para conciliar la tensión entre
el rigor del mundo judicial y la estructura caótica de la
literatura: "Al principio me costó mucho, pero con el tiempo,
descubrí que la operación que hace un juez en su sentencia es muy
parecida a la del escritor, ya que una buena sentencia debe reunir
los mismos requisitos que la buena literatura, que no puede estar
regida por palabras incorrectas".
"Las dos disciplinas buscan la
palabra justa, aunque el novelista tiene la ventaja de utilizar
figuras que un juez no puededarse el lujo de utilizar", acotó
en aquel momento.
Un puñado de historias que tiene al
desierto del norte como protagonista compone su último libro
publicado, "Memorial de la puna", integrado por un
prólogo, seis historias y un epílogo en la que una vez más el
escritor describe la geografía que lo acompañó hasta su muerte:
"La Puna no es sólo un desierto lunar cálido y frío, es una
experiencia", describe en esa suerte de testamento literario.
Los restos mortales de Tizón
comenzarán a ser velados en las primeras horas de la tarde en la
Legislatura provincial y serán inhumados este martes en el
cementerio de la localidad de Yala, a 14 kilómetros al norte de San
Salvador de Jujuy, camino a la Quebrada de Humahuaca.
Cuento: "El traidor venerado"
Aquella sería la última comida
juntos.
El que era indigno de ajustarle el
cordón de los zapatos estaba ebrio. Toda esa noche la pequeña
campana de la estación ferroviaria sonó incesantemente, a lo lejos,
sacudida por el viento. Llovía a ratos.
El Chaguanco abrió una lata de
picadillo, lo fue untando con su cortaplumas sobre el pan que les
quedaba y luego repartió los pedazos. “Yo no tengo hambre”
—dijo. Quispe, un hombre inquieto y de poca talla que ya estaba
borracho, tomó el primero y se lo tragó con buen apetito; después
permaneció mudo y apartadizo, contemplando el débil movimiento de
las ramas delgadas —agitadas por el aire— del ceibal.
La fama del Chaguanco había cundido no
sólo en Yala, sino también en las comarcas vecinas desde donde la
gente acudió hasta formar multitudes albergadas en carpas y
vehículos, o debajo de las copas de los árboles alrededor del
miserable rancho, a cuya puerta se asomaba, abandonando sus
meditaciones, en los amaneceres. Entonces los que habían perdido la
salud, los que aún esperaban algo, caían de rodillas ante su mano
levantada.
Pero al poco tiempo comenzó la
persecución, eludida hasta hoy en que se cumplía un año de
peregrinaje; un año de penoso ocultamiento, mudando siempre de
lugar, durmiendo a la intemperie o bajo las alcantarillas en los
caminos, desde Tilquiza hasta Valle Grande, de Tumbaya a Susques,
seguido por algunos fieles desesperados, enfermos, opas y ladrones
arrepentidos.
Cuando un alegórico ladrar de perros
anunció a los perseguidores, el Chaguanco concluía también su
sentencia postrera, y el hombrecito enjuto y nervioso a quien iba
dirigida, exclamó, más bien para sí: “Esa palabra es dura.
¿Quién la puede oír?”.
Ahora los agentes del destacamento
estaban cerca. Era la noche de San Roque y una botella de ginebra
yacía, seca, en el suelo.
El ladrar se convirtió en aullido
mientras el viento, a lo lejos, seguía torturando a la campana.
Cuando Quispe desapareció, entendiendo
el Chaguanco que había llegado el fin y que en seguida lo
conducirían a la ciudad, a la cabeza de una multitud de
curiosos —como un político—, preguntó a los que quedaban
si también ellos querían irse; después se apartó a corta
distancia, pero sin ocultarse.
La campana y los perros dejaron de
hacerse oír y la partida cayó sobre él. No opuso resistencia
ninguna y —esposado— llegó sobre un camión maderero a la
ciudad. Allí debió esperar turno porque el Tribunal estaba
distraído con otros delincuentes, pero, el día señalado, fue
sometido a proceso y juzgado.
Pocas personas acudieron al plenario y
entre ellas Quispe, principal testigo de cargo, que, antes de
escuchar la sentencia, se ahorcó colgándose de una viga en el
retrete del Palacio de Justicia.
Finalmente el Tribunal, al no hallar
mérito suficiente para sostener una condena, lo absolvió.
Y cuando el Chaguanco —deshonrado y
solitario—, después de mucho tiempo regresó a Yala, encontró
que muy pocos se acordaban de él y que la gente ya encendía
velas pagando promesas en la tumba del otro.
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